Este es el título de una noticia publicada en Diario La Nación el pasado 14 de agosto, un motivo para celebrar, sin duda. Pero también una oportunidad para reflexionar sobre aquellas formas de discriminación que suelen pasar desapercibidas.

Nuestra sociedad, en muchos aspectos, parece no estar preparada para lo que se aparta de la «norma». Todo se diseña y se organiza para las personas consideradas «neurotípicas».

¿Acaso el cine, el arte o el deporte están destinados exclusivamente a quienes siguen los estándares tradicionales de funcionamiento cerebral?

El concepto de neurodiversidad, que surgió en los años 90 de la mano de la comunidad autista, abarca hoy una amplia gama de condiciones neurológicas. Este término nos recuerda que cada cerebro es único, como nuestras huellas digitales, y nos invita a apreciar esta diversidad como algo natural y valioso. Al igual que reconocemos la diversidad en culturas, géneros y creencias, debemos también aprender a aceptar que cada persona procesa el mundo de manera distinta.

Los expertos subrayan que la neurodivergencia es parte de este concepto de neurodiversidad. Se refiere a las personas cuyos cerebros operan de manera diferente a lo que comúnmente se considera la norma. Entre los neurodivergentes encontramos a quienes viven con condiciones como el autismo, el TDAH o la dislexia. Estas características no deben ser vistas como problemas a solucionar, sino como diferencias que enriquecen la variedad de pensamiento y las formas de percibir la realidad.

Ofrecer «PLANES DISTINTOS», como señalaba aquella nota tan gratificante, es un paso importante para generar conciencia sobre la necesidad de adaptar nuestro entorno, no solo en el arte, sino también en las escuelas, las comunidades y los hogares. Las adaptaciones estuvieron acentuadas en suavizar los efectos sonoros y lumínicos, evitar cualquier tipo de ruido estridente, y el sonido general se encuentra a un volumen más bajo. Asimismo, la luz está parcialmente encendida durante toda la película.

Estas diferencias no deben ser invisibles ni ignoradas; al contrario, necesitan ser visibilizadas para fomentar una verdadera cultura de aceptación e inclusión, factores determinantes para una sociedad que valore a cada individuo en su totalidad, respetando su dignidad y singularidad.

¡Y por supuesto, que puedan ir a un cine y disfrutar!