Hoy quiero compartir una historia: la adopción por integración de Camilo, un niño de 8 años, quien desde que aprendió a caminar, ha tenido en José un padre que lo cuida y lo acompaña. Su lazo amoroso es innegable.

Camilo es hijo biológico de Rocío. José, su pareja ha sido un pilar en su vida y en la vida de Camilo, de hecho, el niño lo llama papá.

Durante la audiencia, Camilo nos dijo con toda sinceridad: “No veo las horas de llamarme igual que mi papá.”

Este diploma, parte de una sentencia de adopción, simboliza más que un proceso legal: representa el reconocimiento de un vínculo familiar genuino. Aunque José no es el padre biológico de Camilo, su rol ha sido irreemplazable desde el inicio de su vida. La adopción por integración prevista en la ley ha venido a sellar este lazo irrompible, ratificando el derecho de Camilo a ser reconocido como el hijo de José, con todos los derechos y responsabilidades que ello conlleva.

Este diploma, que refleja una decisión judicial, es una representación visual de la reconstrucción de su identidad familiar. Los nombres son ficticios. Las fotos reales fueron omitidas.

En nuestro rol, siento una profunda satisfacción de haber podido participar en este proceso que no solo legaliza un vínculo, sino que también lo ratifica ante la sociedad y, sobre todo, ante ellos mismos.

Las sentencias son escritas de forma formal y legal, claro. Pero eso no siempre significa que comuniquen adecuadamente el mensaje. Desoyendo expresiones como “ridiculizaste el derecho”, y tras haber trabajado de esta forma, como equipo seguimos apostando a las transformaciones reales en el esmero por garantizar los Derechos del Niño, que surgen de poner el corazón en cada decisión. Las adecuaciones procesales no son meras declaraciones. Son concretas.

Con este diploma, buscamos simbolizar un texto jurídico y, al mismo tiempo, comunicar verdaderamente nuestro mensaje al principal destinatario: a Camilo y su familia.