En cada clase, hacemos un ejercicio con mis alumnos y alumnas: abrir preguntas más que cerrar respuestas.
La invitación consiste en pensar el derecho desde la realidad de las personas, desde las desigualdades que lo atraviesan y los desafíos que plantea garantizar justicia con dignidad. Casos reales, casos imaginarios, historias propias, algunas contadas, etc.
Cuestionar.
Dudar.
Generar alternativas de respuestas.
Tolerar las incertezas…
Porque no basta con enseñar las leyes. Necesitamos operadores jurídicos capaces de leer los contextos, de ser empáticos en las escuchas, de ver en cada expediente una vida, un conflicto humano, una historia que merece ser tratada con respeto.
El aula puede ser un espacio transformador. Y es, también, un modo de creer en el sistema y de hacer justicia.
