En estos días leí una reflexión que me invita a resignificar desde varias aristas. Se trata de un texto de Verónica Gudiño, publicado en LA GACETA de Tucumán, sobre la “rebeldía” que implica criar varones que no encajan en el molde tradicional, en un sistema que aún castiga la ternura, la empatía y el vínculo con las emociones.
¿Por qué es tan difícil para nuestra cultura aceptar varones que no responden al mandato de la dureza? ¿Qué nos dice eso sobre las estructuras de poder, los roles de género y los silencios que todavía sostienen la violencia?
Criar con libertad, sin estereotipos, es una tarea contra corriente. Pero también es la semilla de un cambio: uno que implica mirar al otro con humanidad, acompañarlo en su desarrollo integral y habilitar todas las formas posibles de ser.
Criar varones sensibles, respetuosos, capaces de vincularse desde el cuidado y no desde el poder, es una apuesta transformadora. Implica desafiar estereotipos que aún se filtran en nuestras escuelas, en nuestras casas, y sí, también en nuestros tribunales.
Muchos de los conflictos que abordamos desde la justicia tienen raíces en crianzas desiguales, en masculinidades impuestas, en afectos negados. Por eso, hablar de infancia, de género y de derechos humanos es también hablar de modelos de crianza. Y del deber –individual y colectivo– de acompañar infancias más íntegras y respetadas en su diversidad.
Ojalá que este tipo de textos no nos pasen desapercibidos. Porque en cada niño que puede ser él mismo sin miedo, hay una sociedad que empieza a sanar.
