Formar en valores no es llenar discursos de palabras nobles. Es enseñar a argumentar con responsabilidad.
Es mostrar que la dignidad, la equidad y la justicia no son adornos, sino exigencias que deben sostenerse con razones sólidas, no con intuiciones sueltas.
Enseñar no se trata solo de transmitir «principios» de forma abstracta. El objetivo es exigir precisión en la argumentación, es detenerse a pensar y reflexionar sobre las historias que traen los casos, sus complejidades y también las alternativas de resolución (a veces no son solo legales, muchas otras, con lo legal no alcanza).
Es insistir en que cada estrategia procesal debe tener sustento ético.
Las acciones que se pongan en práctica necesitan un método, se debe generar conciencia de su impacto y fidelidad al sentido profundo del Derecho.
Educar en valores es formar juristas capaces de argumentar con profundidad, decidir con responsabilidad y actuar con humanidad.
Y esto no aplica solo al ámbito jurídico. Cada educador, desde su rol, tiene la posibilidad de sembrar valores sin eslóganes. Con prácticas concretas. Con exigencia reflexiva. Con el ejemplo.
¿Cómo cultivar una ética profesional desde la técnica y no desde el discurso?
Ahí está el desafío. Y también, nuestra oportunidad compartida.
