La docencia es mucho más que transmitir información; es acompañar el recorrido del aprendizaje, un camino lleno de desafíos que, como la vida misma, exige habilidades técnicas y emocionales para sortearlos.

Recientemente, en el examen final de mis alumnos, tuve la oportunidad de reafirmar este enfoque. En el aula y para rendir, ellos podían hacer uso de todas las herramientas a su alcance: bibliografía, tecnología, e incluso mapas conceptuales o inteligencia artificial generativa. Porque el objetivo no es medir cuánto saben, sino cómo aplican lo aprendido. ¿Qué hacen con el conocimiento frente a una situación que, como los exámenes y la vida profesional, muchas veces genera estrés?

En ese momento, mi rol no fue el de «clasificar» o «calificar», sino el de estar presente, incluso simbólicamente, para guiarlos en lo necesario. Mi propósito como docente no es medir memorias, sino contribuir a formar profesionales íntegros, capaces de enfrentar los desafíos con creatividad, claridad y confianza.

Hoy, la información está a un clic de distancia, pero las habilidades para analizarla, ordenarla y usarla de manera eficiente y ética son construcciones que requieren tiempo, paciencia y acompañamiento. Esas habilidades blandas y duras son las que intento fomentar en cada espacio de enseñanza.

Mi compromiso, en el proceso educativo y formativo, es que mis alumnos sepan que -así como en ese examen- siempre estaré atenta para despejar dudas, ayudar a organizar ideas y recordarles que el aprendizaje no es un destino, sino un viaje en el que el docente acompaña mientras dura, y que luego deja una huella que, espero, los impulse a confiar en sus propias capacidades.

PD: La instancia del examen fue superada. Les deseo lo mejor para cada uno de ellos.