No siempre fue fácil. A veces fue solitario. Otras veces fue profundamente reparador.
Ser mujer en la justicia es aprender a nombrar lo que incomoda. A escuchar sin rendirse. A sostener decisiones difíciles sin perder la empatía.
No llegué sola. Me formaron otras personas, otras mujeres que abrieron caminos (mi madre y mi abuela, una querida profesora, entre otras), que me enseñaron a no callar lo que duele ni lo que importa. El consejo de ellas: «hagas lo que hagas, se diferente y auténtica».
Hoy intento hacerlo. A ellas -y varios más, claro- las recuerdo cuando toca: sostener espacios donde todas las personas puedan decir, decidir, construir y transformar.
Porque el verdadero sentido de estar en un lugar de decisión no está solo en ocuparlo, sino en cómo lo habitamos y qué generamos desde ahí.
A veces, ciertas situaciones nos invitan a volver a esos consejos que nos formaron. Y entonces me pregunto —nos pregunto—: ¿Qué principios sostienen lo que hacemos? ¿Qué huella dejamos, incluso sin saberlo, en quienes nos observan?
