Niñez con infancia no debería ser solo una expresión bonita o una etiqueta folclórica: debería aludir a esa etapa donde el juego, el aprendizaje, el hogar y el desarrollo pleno son realidad. Pero muchas veces las desigualdades hacen que sea apenas eso: una palabra.

Cuando la infancia está ausente
El informe “No hay lugar para los niños” de Terre des Hommes refleja cómo las condiciones de alojamiento para niños y adolescentes refugiados no solo dificultan su integración, sino que la imposibilitan sistemáticamente.
En contextos de guerra o desplazamiento, millones de niños enfrentan pobreza extrema y exclusión. La Unión Europea responde con la llamada Garantía Infantil Europea, una política que busca garantizar educación, salud, alimentación adecuada y vivienda, especialmente para poblaciones vulnerables.

Cuando los derechos solo se declaman
Hay una retórica creciente sobre «garantizar derechos», pero sin políticas que efectivamente anclen esos derechos en la realidad cotidiana.

A nivel simbólico y normativo, proclamar la “infancia” es fácil. Lo difícil —y urgente— es asegurar condiciones tangibles: entornos seguros, políticas públicas efectivas, red de protección comunitaria real.

Niñez con infancia debería ser más que una metáfora: debe significar entornos concretos donde niñas, niños y adolescentes puedan crecer sin miedo, en familia, con salud, con educación, y en comunidad.

¿Hasta cuándo vamos a contentarnos con palabras bonitas si detrás no hay cambio real?

Reconocer las carencias invisibles —viviendas inadecuadas, desprotección, desarraigo, desatención— es el primer paso para actuar con real intención.

Si efectivamente creemos en la niñez como etapa de desarrollo, debemos ser co-responsables. Convocar a gobiernos, instituciones, comunidades y familias para tejer redes que transformen promesas en hechos.

El derecho a crecer, vivir, jugar, aprender y soñar con futuro.

Exijamos que cada palabra tenga acción detrás.