Hablar de derechos humanos exige mirar la vida en su totalidad. No basta con proteger la infancia o la adultez productiva: también debemos preguntarnos cómo garantizamos una vejez digna, activa y libre de estigmas.

Cada 15 de junio, en el Día Mundial de la Toma de Conciencia del Abuso y Maltrato en la Vejez, se vuelve visible un desafío silencioso pero persistente: la exclusión, la discriminación y el maltrato que muchas personas mayores enfrentan.

Esta fecha no solo honra a las víctimas, sino que nos interpela a reconocer la necesidad de proteger los derechos durante todos los ciclos vitales, sin excepción.

La palabra «vejez» no puede seguir asociándose con decadencia o fragilidad. Debe resignificarse como una etapa de valor, de derechos plenos, de participación social y bienestar.

Las próximas líneas son una invitación a reflexionar y actuar, para que la vejez deje de ser el último rincón del olvido y se transforme en un espacio reconocido, protegido y celebrado por el derecho.

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Derechos y convenciones internacionales

La Convención Interamericana de Derechos Humanos de las Personas Mayores (aprobada el 15 de junio de 2015 y en vigor desde enero de 2017) subraya el derecho a la igualdad, autonomía y no discriminación en todas las etapas de la vida

Además, desde abril de 2025 la ONU impulsa una convención global vinculante, para erradicar el edadismo y asegurar el acceso a salud, trabajo y seguridad social.

Ambos instrumentos nos obligan a replantear nuestras políticas públicas y prácticas cotidianas: no basta con celebrar la vejez, es fundamental garantizar su cumplimiento efectivo.

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Vejez saludable: más que bienestar físico, una condición de ciudadanía plena

Cuando hablamos de una vejez saludable, a menudo pensamos en salud física o prevención de enfermedades. Pero en realidad, este concepto —impulsado por la Organización Mundial de la Salud— implica mucho más: vivir esta etapa con dignidad, autonomía, vínculos afectivos y participación activa en la comunidad.

La vejez saludable se construye a partir de condiciones materiales justas (ingresos suficientes, vivienda digna, acceso a salud integral), pero también desde una dimensión simbólica y afectiva: sentirse valioso, escuchado, útil, con derecho a decidir.

Y aquí aparece una verdad incómoda: el edadismo, una forma de discriminación naturalizada que invisibiliza, infantiliza o margina a las personas mayores. El edadismo se expresa cuando se toman decisiones por ellas sin su consentimiento, cuando se les niega el acceso a tecnologías, a espacios culturales, o se las considera un “costo social”.

Combatir esta discriminación es una deuda ética, pero también jurídica. El derecho a envejecer con salud no es un privilegio, es una obligación estatal y comunitaria.

También es un deber profesional para quienes integramos el sistema de justicia: diseñar procesos accesibles, promover sentencias que reconozcan su voz, y consolidar prácticas interdisciplinares que aborden integralmente sus necesidades.

Promover una vejez saludable implica, en definitiva, reconocer a las personas mayores como sujetos activos de derecho, no como destinatarios pasivos de cuidado. Es trabajar por una justicia que acompañe, escuche, y restituya el lugar que legítimamente les pertenece en el entramado social.

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Reflexión final

En este tiempo, al 15 de junio, reivindico la palabra “vejez” no como una carga, sino como una etapa llena de experiencia, derecho y dignidad.

Reclamar que en cada fase de la vida se respeten derechos básicos —autonomía, salud, participación— es un compromiso ético de cada uno de nosotros desde el rol o función que asumamos.

Formamos parte de una sociedad intergeneracional, reconocernos mutuamente no es un acto de caridad: es una obligación legal, ética y social que nos interpela a diario.  Porque, en definitiva, los derechos no se jubilan. Tampoco la dignidad. Defender la vejez es defender el presente, pero también el futuro que todos, si tenemos suerte, llegaremos a habitar.

Con su permiso, lectores

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Esta imagen no es una ficción. Es una proyección, sí, pero también es una promesa. Con la ayuda de la tecnología, tomé una fotografía actual y le pedí a Teo (mi asistente digital) que imagine cómo sería yo en unos años. Y aquí estoy. Más arrugas, sí. Pero también más historias. Más pausa. Más profundidad.

Porque hay contextos que muchas veces invisibilizan a las personas mayores, especialmente a las mujeres. Y elegir mostrarse como una adulta mayor activa, lúcida y en su espacio profesional, no es ingenuo: es una forma de resistencia. Es una declaración.

Esta soy yo. Tal vez mañana. Y no dejo de ser yo. Ni dejo de estar. Ni dejo de servir.

Combatir el edadismo también es esto: imaginarse el futuro como continuidad, no como ocaso. Reivindicar la experiencia. Aceptar la transformación. Y decir, con cada arruga, que todavía hay justicia por construir, palabras por decir y vidas por abrazar.