Recientemente, tuve una experiencia que me recordó la importancia de la escucha respetuosa en audiencias con niños.
Durante una audiencia, una niña expresó su deseo de hablar conmigo, sobre una situación delicada. Con su afirmación clara de «sí, quiero hablar», procedimos a entrar juntas a la sala. Pero en cuanto cruzamos la puerta, la niña se detuvo, visiblemente angustiada, y dijo entre lágrimas: «No, no es verdad, me quiero ir».
A pesar de que su madre insistía en que «no pasaba nada» y le pedía que ingresara, la fragilidad del momento fue evidente.
Fue entonces cuando comprendí, una vez más, que escuchar no es solo prestar atención a las palabras; también es saber interpretar las emociones y respetar el silencio.
¿Acaso alguna vez no nos pasó lo mismo siendo «grandes», y nos volvimos de algún lugar o ni siquiera llegamos?
La verdadera escucha implica respetar el derecho de los niños a no hablar, tal como lo establece el Comité de los Derechos del Niño en su Observación General N° 12. El derecho a ser oído no significa que el niño deba expresar sus opiniones en todo momento, sino que debe sentirse seguro y respetado para decidir libremente cuándo y cómo participar.
Ese día, lo más importante no fue la audiencia en sí, sino garantizar que esa niña se sintiera segura, sin presión. Experiencias como esas reafirman la importancia de crear un entorno judicial donde los niños puedan expresarse o guardar silencio sin sentir que deben cumplir con expectativas ajenas.
La verdadera justicia está en escuchar no solo las palabras, sino también el silencio, y respetar sus tiempos y emociones.
![](https://marianareygalindo.com.ar/wp-content/uploads/2024/07/tarejta-1-1024x585.png)