A 35 años de la Convención sobre los Derechos del Niño, dejo una distinción que aplica a la justicia, pero también a la vida y al liderazgo:
«El oír es cumplir con un acto procesal. El escuchar implica estar dispuesto a alojar la palabra del otro.»
A veces, las instituciones —y la sociedad misma— se llenan de burocracia y olvidan que detrás de cada expediente hay una biografía, un proyecto de vida autónomo y una voz que pide ser validada, no solo “procesada”.
Romper el adultocentrismo no es solo una tarea jurídica, es un deber ético frente a la infancia.
Porque las leyes protegen, pero es la humanidad la que orienta. En esa convergencia entre norma y sensibilidad se construye una justicia centrada en niñez. Justicia con Alma.
