Hace unos días leí un artículo del filósofo Darío Sandrone que comenzaba con una frase sugerente: “Hoy tenemos varias vidas en una misma vida». Una invitación a detenernos y pensar.

En el ámbito de la justicia, esa afirmación cobra un sentido singular. La tradición jurídica convive con la urgencia de lo nuevo, y en esa tensión –a veces incómoda, siempre desafiante– se teje el futuro.
El presente, entonces, requiere una mirada con memoria viva.

Hay saberes, valores y prácticas –a menudo invisibles– que continúan sosteniendo los procesos humanos, incluso en tiempos de transformación digital, reformas normativas y nuevos lenguajes.

No todo cambia. Y lo que cambia, puede transformarse sin perder raíz.

Lo viejo, visto con otra luz, puede revelarse como novedad, permanecer y transformar. Lo viejo alguna vez, también fue nuevo, original y renovador.

Desde esa convicción trabajo y enseño: honrando lo aprendido, escuchando lo que emerge e intentando construir una justicia consciente, con alma, con tiempos. Una justicia entre sujetos, no sobre ellos.

Estos días, en esta actualidad, se tiende a valorar lo nuevo solo por el hecho de serlo. La tecnología avanza, los paradigmas se actualizan. Nosotros también cambiamos. Pero hay algo que permanece. Y ese algo no es obstáculo: es un andamio.

El pasado no es solo recuerdo: es cimiento, brújula y testigo.
Cada día lo compruebo: lo viejo puede renovarse sin ser descartado. Y lo nuevo puede enraizarse en lo antiguo para volverse duradero.

Esta reflexión no solo aplica a la justicia, sino a cualquier oficio o vocación vivida con conciencia.

También los invito a reflexionar sobre:

¿Cuáles son esas cosas “viejas” que hoy resignificás como nuevas en tu vida o en tu práctica profesional?