¿Ser o no ser? ¿Blanco o negro? ¿la vida después de la muerte?, etc.

Eternos dilemas humanos.

En el quehacer de un juez también las hay. René Descartes, con su método de duda sistemática, nos enseña que cuestionar las certezas puede ser un camino hacia la verdad más profunda. En el ámbito judicial, esta práctica de dudar no es solo un ejercicio intelectual, sino una necesidad ética ante la complejidad de los casos humanos que requieren una mirada más allá de la ley escrita. Ejemplo: ante la falta de ley, ¿qué se hace?; tengo ley, pero no alcanza y ahora qué?, ¿funcionaría de este modo o del otro? ¿Por dónde ir? Temer a la decisión que dicte o que no se dicte por los riesgos que pueden generarse…

Pero, ¿puede concebirse en la investidura de un juez «la duda»? Al igual que Descartes dudaba de todo para reconstruir el conocimiento sobre bases más firmes, un juez reflexivo utiliza la duda como herramienta para explorar todas las posibles facetas de un caso, buscando decisiones que no solo sean justas, sino también ‘humanamente conscientes’. Este proceso revela una faceta del juzgador raramente vista, una vulnerabilidad que no debilita la justicia, sino que la enriquece, permitiendo decisiones compasivas y adaptadas a la realidad social y humana.

El filósofo Nietzsche también abordó la idea de que nuestras percepciones están condicionadas por valores preestablecidos, una noción que invita a los jueces a cuestionar no solo los hechos frente a ellos, sino también los marcos normativos que aplican. Sin embargo, no todos se permiten dudar, aunque se trate de un ejercicio clave para buscar otras formas de ver y de pensar el vasto universo del que somos parte.

Dudar no tiene que ser un obstáculo para la acción, sino un preludio necesario para decisiones judiciales que realmente contemplen la complejidad del alma humana.

«Quien duda considera y reconsidera, pesa y sopesa, discierne y distingue; en una palabra, hace que su vida sea resultado de la elección y no esa inercia de quienes se pierden en el corro aborregado de la sociedad» (Óscar de la Borbolla)