En Paraguay se está discutiendo profundamente sobre el «criadazgo», una práctica tradicional arraigada que, con frecuencia, se percibe como una ayuda generosa hacia la niñez en situación vulnerable. Pero, ¿es realmente benevolente esta práctica, o más bien perpetúa la invisibilidad de la crueldad?

El criadazgo consiste en que familias de escasos recursos entregan a sus hijos, especialmente niñas, a hogares de terceros con la promesa de una mejor vida. Sin embargo, bajo esta aparente generosidad, muchos niños y niñas terminan sometidos a jornadas de trabajo extenuantes, privados de educación, expuestos a abusos físicos, psicológicos e incluso sexuales.

La reciente discusión en el Senado paraguayo para penalizar esta práctica, aunque no aprobada, representa un avance importante hacia la visibilización de un problema históricamente normalizado. Celebro la iniciativa de Paraguay en estos pasos necesarios hacia la transformación social y jurídica que resguarde integralmente los derechos de su niñez.

Este caso nos invita a reflexionar profundamente: ¿qué otras prácticas asumimos cotidianamente como «naturales» o «benevolentes», que en realidad están condenando silenciosamente a niños y niñas a situaciones de vulnerabilidad?

Es hora de cuestionarnos, de romper silencios y de repensar la verdadera solidaridad, aquella que jamás invisibiliza la dignidad ni los derechos de ningún niño o niña.

No son futuro. Son presente.