Las intervenciones judiciales en casos de violencia familiar combinada con adicciones presentan desafíos complejos y delicados, tanto para las víctimas como para los agresores.
El entorno familiar se ve gravemente afectado cuando la violencia se mezcla con problemas de adicción, generando situaciones de alta peligrosidad y estrés emocional para todos los involucrados.
Es un tema incómodo por cierto, en todos los sentidos. Incluso en este tipo de contenidos. Pero es inevitable. Porque es de lo que nos sucede como sociedad y está «a la vuelta de la esquina» como expresa un dicho popular.
La droga no es la causa de la violencia, pero el consumo de drogas tiene un claro efecto sinérgico con otros factores que anticipan la violencia. De hecho, los factores de riesgo en el comportamiento violento y el consumo de drogas son los mismos y son compartidos por los agresores.
La adicción puede acabar provocando aislamiento social en la familia, ya que suelen sentirse avergonzados o con sentimiento de culpa. En un primer momento, resulta difícil hablar del problema con los demás. Por otro lado, la falta de intervenciones adecuadas y oportuna puede resultar en un daño mayor y más profundo.
Las consecuencias de la violencia son tan variadas como las causas que la condicionan
- La solución no siempre es legal.
- Otras veces, con sólo lo legal, no alcanza.
Estas temáticas en confluencia son devastadoras. Porque no se sabe cuándo empieza una y termina la otra.
Desde la ley, es frecuente que se adopten medidas como: la exclusión del agresor del hogar, la prohibición de contacto con la víctima, y la activación de protocolos de salud mental y adicciones. Otras veces, puede articularse ciertas internaciones hospitalarias. ¿Pero, con eso basta? ¿Acaso eso funcionaría como una cura? ¿Se puede hacer más? ¿Sería el ámbito judicial el adecuado para articular la recuperación del adicto? ¿Y en el mientras tanto que hacer para proteger a sus familiares de los episodios de violencia? …y podríamos seguir preguntándonos, problematizando, inquietándonos.
Tampoco es privativo de ciertos grupos etarios o sociales. Al contrario, lo vemos en cada uno de ellos.
Resulta muy difícil calzar zapatos ajenos.
No es tarea sencilla la intervención y el acompañamiento en cualquiera de los lugares que podamos observar (como víctima, como adicto, como familiar, como profesionales, etc.)
Créame que no hay respuestas únicas. No la tenemos. La respuesta es multifacética, el esfuerzo es comunitario y el padecimiento es social e individual.